Walter Benjamin, turista y viajero: Italia (1912) e Ibiza/Eivissa (1932- 1933)

Walter Benjamin, tourist and traveler: Italia (1912) and Ibiza/Eivissa (1932-1933) 1

Bruno Ferrer i Higueras

bruno.ferrer1@upr.edu

Universidad de Puerto Rico 2

1 Manuscrito recibido el 07 de febrero del 2020 y aceptado para publicación, tras revisión el 26 de junio del 2020. Kalpana - Revista de Investigación, (Edición especial) nro. 18. julio - 2020. ISSN: 1390-5775 ISSN-e: 2661- 6696.

2 Catedrático en Historia. Departamento de Humanidades, Facultad de Estudios Generales, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras.

Walter Benjamin, turista y viajero

Bruno Ferrer

Kalpana Nro. 18 (Edición especial). julio - 2020 (pp.86- 103 )

ISSN:1390-5775 ISSN-e:2661- 6696


Resumen

La vida, la experiencia y la obra de Walter Benjamin (1892-1940) proveen una ventana, desde un punto de vista peculiar, para observar la evolución del turismo en Europa durante el primer tercio del siglo XX. Sus experiencias en Italia (1912) e Ibiza (1932-1933) permiten observar los contrastes entonces existentes entre, por un lado, un destino turístico desarrollado, conocido de antemano y accesible mediante medios de transporte colectivo de fácil acceso y, por el otro, una isla primitiva, relativamente aislada y virgen que pretendía tímidamente promocionarse, crear infraestructura hotelera e incorporarse al mercado internacional. Asimismo, Walter Benjamin identificó el estereotipo del turista decepcionado, y analizó diferentes maneras de relacionarse y/o percibir el lugar ajeno -que además permitirían distinguir entre las categorías de residente, viajero y turista- y quizás criticó ya los efectos del turismo masivo que él intuía en Ibiza.

Palabras clave: Turismo, Italia, Ibiza, guías de viaje, Walter Benjamin

Abstract

The life, experience, and work of Walter Benjamin (1892-1940) give us a vantage point to observe from a peculiar point of view, the evolution of tourism in Europe in the first third of 20th century. His experiences in Italy (1912) and Ibiza (1932-1933) let us detect the existing contrasts between a developed touristic destination, which was well known and accessible by public transport and a primitive island, relatively isolated and virgin, which timidly tried to promote itself, to create hotel infrastructure and to integrate into international markets . Moreover, Walter Benjamin identified the stereotype of the disappointed tourist, analyzed different ways of relating to/perceiving foreign places -which would allow for the distinction among a resident, a traveler, and a tourist, and he also seemed to decry the effects of the massive tourism he foresaw in Ibiza.

Keywords: Tourism, Italy, Ibiza, travel guides, Walter Benjamin

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Introducción

En diferentes lugares y formas, el ensayista y pensador judeoalemán Walter Benjamin afirmó la importancia del viaje, así como el placer que le proporcionaba. Su relación con el turismo y sus múltiples prácticas en su tiempo (1892-1940) era tal, que llegó a afirmar en algún momento que su colección de cartas postales podría decir mucho de su vida, historia y carácter. Se puede intuir todavía en Benjamin cierto eco de las nociones románticas del viajero el siglo XIX que ahora nos pueden parecer anacrónicas y lejanas (aunque probablemente no lo sean tanto en realidad, como se verá). Sin embargo, el desarrollo de la industria del turismo y los cambios en la sociedad, la cultura y la economía, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, han colocado al viajero y la experiencia turística en el centro, de manera similar o paralela a có mo Benjamin los consideraba para sí mismo. Paradójicamente, y pese a la distancia conceptual y cronológica, Benjamin puede ser contemplado también como un precedente de algunas de las críticas del turismo masivo, o de sus efectos; que se han elaborado y popularizado sobre todo desde finales del siglo XX.

A inicios del siglo XXI, diversos autores han asociado íntimamente la situación presente con la experiencia turística. Para autores como Zygmunt Bauman (2005, pp. 93-98), en la “modernidad líquida” contemporánea incluso los pobres querrían ser turistas y, en ocasiones, practicarían la versión accesible de este: el vagabundo, una figura que se confunde con el migrante, el mendigo y el refugiado. Esta, nuestra situación contemporánea en que “todos somos turistas” de Bauman (2005, pp. 77-102) o De Viry (2010), parecería muy alejada de lo que ocurría en tiempos de los viajes de Benjamin a Italia (1912) e Ibiza (1932-1933). Sin embargo, la importancia central del viaje para Benjamin, así como el hecho de que reflexionara sobre este y el turismo, permite contemplarlo como una figura y un pensamiento que no solo reflejan su época y su situación personal (puede ser considerado, sucesivamente, como turista, viajero, migrante y refugiado), sino que pareciera que anuncia o prefigura los debates y críticas más recientes a propósito del turismo.

En efecto, por solo tomar un ejemplo significativo, Salvatore Settis (2014) utiliza argumentos que son reminiscentes de Benjamin para criticar los efectos del turismo masivo y afirmar que este, como la gentrificación, destruye o “mata” los lugares al hacer desaparecer su carácter único, característico e insustituible. De todos modos, la propia definición del turista, su distinción del viajero y su efecto sobre los lugares y territorios puede ser contemplada desde perspectivas más complejas, paradójicas y diversas, algunas de las cuales serán aludidas aquí. La temprana y lúcida reflexión de Enzensberger (1996, pero publicado originalmente en alemán en 1958), así como, entre otras, la aportación de De Viry (2010) permiten situar mejor el origen histórico y las lógicas de la experiencia turística contemporánea. Como también apunta Bau man o Michaud (2012, p. 273, por poner solo un ejemplo) para el caso concreto de Ibiza-, el turista busca el placer en una experiencia que lo extraiga de lo ordinario y que se mida según unas expectativas previas. Sin embargo, para Michaud (o quizás se trata del caso peculiar ibicenco con su espectacular, intensa, sinestésica y totalizadora “industrialización del placer”), la previsibilidad y las expectativas, motivo y explicación del viaje, se ven inevitablemente

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frustradas o decepcionadas. Y ese deseo eternamente insatisfecho sería precisamente el motor del turista y del negocio turístico, en busca siempre de experiencias nuevas y “auténticas”, de eternos retornos y nuevos destinos.

Finalmente, la definición del turismo y la propia experiencia turística necesitan de medios de transporte, tecnologías, objetos asociados (equipaje, guías de viaje y conversación, cartas postales, actualmente teléfonos inteligentes y otros tipos de instrumentos electrónicos que permiten registrar y compartir el viaje, el “estar ahí”), formas de alojamiento, así como cierto grado de previsibilidad, incluyendo estructuras, marcos mentales, temporales y de valores parcialmente compartidos, que no solo los enmarcan sino que se pueden considerar su requisito . Por la misma razón, el turismo “típico”, en sus diferentes formas históricas (en tiempos de Benjamin con guías de viaje, y ya con prisas por la necesidad de verlo todo y no “perder el tiempo” o el medio de transporte mecanizado, frecuentemente con el recurso a agencias de viaje) solo es posible con la contradictoria y compleja estandarización, homogeneización y globalización, en suma, con el “nacimiento del mundo moderno” que magistralmente describe Christopher A. Bayly (2006). No en vano es y era la accesibilidad y el exotismo lo que separa al viajero (y al explorador, aventurero o etnógrafo) del turista, si bien, paradójicamente, uno parece inconcebible sin el otro.

Metodología

En este artículo se propone una aproximación a diversos escritos de Walter Benjamin con el propósito de analizar cómo describió y concibió el autor el viaje, el turismo y la experiencia de ambos (sin olvidar su posible crítica). Asimismo, la comparación de esos escritos e ideas con las propuestas de algunos autores contemporáneos y la evolución posterior del turismo, puede permitir la identificación de continuidades, paralelos, intuiciones y cambios. Los viajes en los cuales se hace hincapié son el temprano a Italia en 1912 y las estancias en la isla de Ibiza en 1932 y 1933. Afortunadamente, disponemos de notas autobiográficas y personales tanto de su viaje italiano de juventud (Mi viaje a Italia en Pentecostés de 1912) como de su primera estancia en Ibiza en 1932 (Spanien 1932). Este hecho facilita la comparación entre ambos desplazamientos y una aproximación a sus nociones de viaje, turismo y experiencia en dos momentos y contextos muy diferentes. Para Eivissa la documentación disponible es más amplia y diversa -correspondencia personal, relatos escritos en la isla o aparentemente inspirados en su estancia allí y ensayos de la misma época, etc.-, lo que permite contextualizar y complementar lo que explica en Spanien 1932 .

El interés en esos dos desplazamientos y lugares radica en la importancia de analizar dos momentos diferentes en su vida, de condiciones de viaje y personales diversas, pero además por encontrarse ambos destinos en muy desiguales condiciones de desarrollo turístico. Las fuentes primarias consideradas aquí son, por tanto, mayoritariamente textos inéditos en vida de Benjamin, por tratarse fundamentalmente de anotaciones personales y referencias puntuales en su correspondencia, pero también se recurre a sus recuerdos de infancia o a alguna reseña publicada que trata acerca del viaje, los relatos de viaje, el turismo y la postal. Las propuestas

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teóricas e interpretaciones del fenómeno turístico de autores como Enzensberger, Bauman, De Viry, Settis y Michaud se compararán con la experiencia viajera descrita por Benjamin. D e manera similar, se analizará someramente cómo las críticas y observaciones de estos se pueden en ocasiones contrastar con ideas, intuiciones o desarrollos potenciales ya presentes en el pensador judeoalemán.

Desarrollo de la Investigación

Italia 1912 - Ecos del Gran Tour, “formación” y rito de iniciación

De este diario que quiero escribir habrá de resurgir el viaje. En él desearía hacer que se despliegue la esencia general, la callada y evidente síntesis de que requiere un viaje formativo (Bildungsreise) y que constituye su esencia. Este me resulta tanto más ineludible cuanto que absolutamente ninguna vivencia (Erlebnis) aislada marcó con fuerza la impresión conjunta de todo este viaje. Naturaleza y arte culminaban simétricamente por todas partes en eso que Goethe llama “solidez”. Y ninguna aventura, ningún deseo de aventura del alma, supuso un trasfondo efectivo o tentador (Benjamin 1996, p. 93) .

Las notas del viaje a Italia de Walter Benjamin se inician con una cita de Goethe, un indicio no solo de su propósito, sino de su naturaleza “formativa” y de las expectativas de su experiencia . En efecto, esta aparece como un eco un tanto lejano del famoso “Gran Tour” que había realizado (1786-1788) y reconstruido/inventado por escrito (1816, 1829) el mismo Goethe. El viaje a Italia de 1912, así como su rememoración en forma de escritura, sitúa a Benjamin claramente en la estela de Goethe, y como en este se trataba de retratar, recordar y reescribir lo que debía ser una gran transformación personal, parte de la construcción y formación (Bildung) del individuo, en este caso la transición hacia la adultez y la vida universitaria plena (Martí Monterde 2015, pp. 135-153, 221-222, 229, 235). Sin embargo, y a diferencia del Gran Tour original, la mayor parte del camino lo recorrieron el pensador berlinés y su grupo de amigos en modernos medios de transporte a motor propios de las primeras décadas del siglo XX, especialmente en trenes y barcos a vapor, que eran, con sus rutas y horarios predecibles, el hilo conductor por ejemplo de los itinerarios de las guías de viaje, como la Baedeker que empleó Benjamin (Müller 2010; Bruce 2010, pp. 97-99) .

Benjamin y sus compañeros -pues comparten la comida y describe cómo compraban y repartían los víveres, o dónde acudían para que les sirvieran comida- no viajaban solos, todo lo contrario. Con cierta frecuencia, el texto consigna la presencia de “turistas”, sean estos individuos, familias o grupos organizados. Se menciona alguna chica, italiana o extranjera, que le llama la atención, o grupos de lo que parecen excursionistas de montaña. Benjamin parece oscilar entre una descripción distanciada, como si los turistas fueran los otros, y cierta identificación implícita, como si formaran parte, tanto él como su comitiva, de un nosotros turístico anónimo, colectivo y mucho más amplio. Finalmente, aparecen descritos también grupos de estudiantes, a veces alemanes, acompañados o guiados por un maestro, con los que coinciden en ocasiones visitando edificios históricos, museos o atracciones principales (Benjamin 1996, pp. 94, 100, por poner algunos ejemplos ).

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Estos viajes de estudios están situados también en una zona ambigua y de transición, que rem ite al turismo de masas, está próximo a la experiencia de ver o complementar in situ lo estudiado (como también hacían Benjamin y sus amigos) y se puede considerar un remedo o eco lejano de la lógica elitista y de formación personal aristocrática del “Gran Tour” (De Viry 2010, pp. 71-79). Como apunta Bruce (2010, p. 95-96), desde inicios del siglo XIX comienza el debate, o mejor la necesidad de distinguirse, entre el nuevo “turista” (también la palabra se acuña entonces) y el más noble “viajero”, en aquel momento sobre todo el participante en el “ Gran Tour”. Aunque este es un fenómeno más general y que se puede conectar con el elitismo y la búsqueda de una experiencia “auténtica” del lugar, de una “conexión” con el sitio y su cultura, en contraste con los viajes masivos, previsibles y comunes (e “inauténticos”) de la plebe (en realidad las clases medias, De Viry 2010, especialmente pp. 17-19, 24-33, 55-92). Y los participantes del Gran Tour tradicional no disponían realmente de guías turísticas, ni de medios de transporte colectivos regulares, mucho menos de agencias de viajes, propios todos estos del turismo de masas posterior .


Figura 1. Postal de Ibiza. Fotografía propiedad del autor de esta investigación. Fuente: Walter Benjamin Archiv

Turismo de masas y guías turísticas

El mundo del turismo de Walter Benjamin es similar al de su propia abuela. En efecto, agencias de viajes, postales y guías turísticas son parte esencial de la práctica del turista. En el caso de Hedwig Schoenflies, podríamos decir que es a través de ella, de su abuela, que Benjamin experimenta vicariamente (y quizás hasta siente “nostalgia” de) otros lugares, especialmente mediante la contemplación de las postales que eran el recuerdo y traza de esos viajes. En efecto,

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la intrépida habitante de la berlinesa Blumeshof, visitó lugares exóticos como Bríndisi, Atenas, el Bósforo, Samarcanda, Tabarz o “el desierto” y viajaba con Stangen, la más antigua agencia internacional de viajes alemana (fundada en 1868) que, a menudo, se ha querido comparar o equiparar a la pionera y británica Thomas Cook (Bock 2010, p. 245, n. 723; Benjamin 1996, pp. 223-224). Por su parte, el joven Benjamin viaja provisto de guías de viaje y de guías de vocabulario de la lengua italiana. Poco importa que apenas se hiciera entender con los nativos, para él ambos libros parecen imprescindibles compañeros de viaje (Benjamin 1996, pp. 94, 97, 112, 120, 123).

En cuanto a Benjamin, sus anotaciones del viaje italiano de 1912 muestran claramente no solo que hacía uso de guías de viaje y que compraba o consultaba otras nuevas durante el trayecto, sino que su preferida o guía principal era la Baedeker. La aparición y uso de esa guía se ha querido conectar con la aparición de un negocio turístico profesionalizado y masivo, como parte de un fenómeno generalizado del que la guía era parte. La guía Baedeker fue tan popular e importante que se ha llegado a considerar la first great Bible of the modern tourist experience . Tal es el caso, que no es del todo descartable que, cuando Benjamin escribe ese “Baedeker”, en realidad se esté refiriendo a la denominación genérica de cualquier texto de ese género, a cualquier guía de viajes -en alemán Reisehanbuch o Reiseführer (Hinrichsen 2008, p. 61; Bock 2010, p. 25; 276, 278; Bruce 2010, p. 93-98). En cualquier caso, la guía Baedeker fue concebida pensando en el viajero individual e independiente -“...to render him as independent as possible of the services of interested parties...”-, que no necesitara de otras personas del lugar para orientarse, localizar las atracciones o encontrar dónde comer o alojarse, y que, en comparación con los estándares actuales, pasaba mucho más tiempo en su viaje (Bruce 2010, pp. 98, 101; De Viry 2010, pp. 24-25, para el juego contradictorio entre autonomía y dependencia, entre iniciativa y pasividad).

Benjamin no solo consulta su guía en algunos momentos, o busca otras complementarias, s ino que, en el caso de algunas visitas específicas a museos, la considera imprescindible para poder disfrutar y entender lo que está viendo -o, en su defecto, echa en falta una persona informada que ejerza esa función (Benjamin 1996, pp. 120). Más tarde, durante su viaje a Ibiza, dejará por escrito, en una curiosa nota sobre la navegación, una especie de equiparación entre los manuales de navegación y las cartas marinas, por un lado, y las guías Baedeker terrestres, por el otro, con la gran diferencia que las montañas y valles submarinos no se suelen visitar (Benjamin 1996, p. 183) En todo caso, guías de viajero, agencias de viaje y medios de transporte colectivos necesitan de la previsión, de un conocimiento de antemano de horarios y condiciones, pero también de cierta imagen previa del lugar que se va a visitar.

Expectativas, previsión, decepción

No hay lugar a dudas que Benjamin tenía unas expectativas, cierta idea formada previa mente de la imagen de Italia. Por un lado, evidentemente, existían ciertas obras de arte, panorámicas o monumentos que creía haber visto antes, y que va a contrastar con la experiencia directa del lugar. Pero existía también una especie de idea estereotípica, de ideal de lo italiano, que solo va

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a encontrar varios días después de cruzar la frontera alpina, al asomarse a una calle de Verona a través de la puerta de la muralla. Será allí cuando exclamará, por fin, “Italia”:

A través de la Porta Nuova, un bonito portal antiguo, se ve un corso. Una ancha calle a la que unas casas bajas de colores dan escasa sombra. Y ésta es la primera imagen de ciudad que está diciendo con toda claridad “Italia”. (Benjamin 1996, p. 113)

Como indica Marin De Viry, basándose según dice en conversaciones con profesionales del negocio del turismo masificado en el siglo XXI, la experiencia turística debe basarse en unas expectativas que nunca se cumplen completamente, es una decepción relativa que empuja a repetir indefinidamente el viaje o a cambiar su destino con el propósito de satisfacerlas (De Viry 2010, pp. 27-34). Aquí también se puede intuir un lejano eco de Benjamin, si bien se encuentra más claramente en sus anotaciones posteriores durante su viaje a Ibiza/Eivissa y en conexión con los “escritores de libros de viajes”, pues, afirma el pensador, en este tipo de textos, jugando con el esquema de la “satisfacción de deseos”, acaban por “mantener en cada país la bruma que la lejanía ha tejido en torno a él”, aunque “en realidad la desilusión tendría que constituir el negro trasfondo del retrato”, precisamente a causa de la “nivelación del globo terrestre por medio de la industria y de la técnica” (Benjamin 1996, p. 178) .

A inicios del siglo XX, esas expectativas, esas imágenes ya vistas, esa impresión de ya haber estado ahí previamente, para una persona de clase media acomodada como Benjamin se podía basar en libros con ilustraciones y láminas, especialmente de arte, de literatura de viajes y escolares, además de algunas revistas o imágenes en los diarios. Pero una parte esencial de esa visión previa del lugar turístico la constituía un producto de consumo relativamente masivo ya en esa época: la postal. En efecto, Walter Benjamin, por lo demás amante y coleccionista de postales, dedica un pasaje muy interesante a aquellas que poseía su abuela, que eran un recuerdo de sus viajes:

(…) ha influido tanto en mi afición a viajar como las tarjetas postales con las que ella me obsequiaba abundantemente durante sus largos viajes. Y como el anhelo que sentimos al ver un lugar lo determina tanto como su aspecto exterior, hablaré algo de estas postales. En efecto: ¿era realmente anhelo eso que por aquel entonces despertaban en mí? ¿No me atraían demasiado magnéticamente para dejar margen todavía al deseo de viajar a aquel lugar que mostraban? Yo estaba realmente allí -en Tabarz, Brindisi (…) (Benjamin 1996, pp. 223-224) .

En referencia a la postal, la aparente gran contradicción en los escritos de Walter Benjamin es que, por un lado, estas son parte de la “falsa experiencia” o “vivencia” (Erlebnis), o sea, son la reliquia de lo muerto (Benjamin 2013, p. 202), por el otro permiten viajar por anticipado, estimular el viaje, o hasta suscitar la nostalgia de lo nunca visitado y visto, como se expresa en los recuerdos sobre su abuela y sus postales. Respecto a los turistas decepcionados, a los que al visitar o ver realmente el lugar, la obra de arte o el monumento, lo encuentran inferior a sus expectativas, estos ya existían en tiempos de Benjamin, y se refiere a ellos como la peor plaga , y huir de ellos sería la virtud más preciada y más difícil del buen viajero. Todo lo dicho lo expresa el pensador judeoalemán en una breve pero interesante reseña, de 1928, en la que se

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muestra además cómo el autor reseñado, paradójicamente, critica a esos malos turistas al tiempo que reproduce en sus propias opiniones esa misma característica del comentario desdeñoso y decepcionado ante un monumento -que por cierto es, de nuevo, italiano. Este turista decepcionado es, asimismo, también aquel que quiere dejar su huella en el monumento, o buscar una conexión real con el lugar, que es precisamente lo que evoca De Viry en su libro sobre el turismo en el siglo XXI:

Now for the first time we possess the ideal portrait of the ‘fellow traveler’, avoidance of whom has always been the best and most difficult part of all techniques of journeying (…) and the proud qualification: ‘Even the dome… did not get close to what I had seen of it in my dreams’. The travelling mob itself here attains the voice of a choir. All who ‘seek connection’, who ‘push their way through’, ‘carve their names’ -in short, ‘for whom it has been an experience’- have once and for all found a voice in this book (Benjamin 2016, pp. 144-145) .

Medios de transporte colectivos, viajeros apresurados

Desde la salida de Friburgo, el viaje italiano de Benjamin y sus acompañantes se desarrolla esencialmente en medios de transporte motorizados y colectivos. En lo esencial, el traslado se lleva a cabo en tren y, en la zona de los lagos alpinos y padanos, en los vapores que recorren los lagos, sin olvidar los famosos vaporettos que permiten desembarcar en Venecia y desplazarse por la ciudad. Es por esa razón que, además de algún otro encuentro sorprendente y fortuito con otros jóvenes alemanes conocidos, Benjamin conoce o ve -y describe- a otros viajeros en dos lugares, y sobre todo los medios de transporte y los hospedajes. Apenas aparecen rastros de animales, como no sea para tirar de algún tipo de tranvía o similar, mientras que el desplazamiento a pie se realiza en distancias cortas, sobre todo paseos urbanos, visitas a monumentos, museos y algunas atracciones turísticas ciudadanas o algunas excursiones campestres. Trenes y vapores se caracterizaban ya en esa época por usar horarios regulares, predeterminados y previsibles, por tanto, se hacía necesario llegar a tiempo, con la antelación suficiente, para no “perderlos”.

Así, el viaje a Italia de Benjamin está dominado por las carreras, las prisas y la sensación de llegar siempre tarde al mencionar “un gran sacrificio de tiempo”, por tanto, la necesidad de gestionar o aprovechar el tiempo disponible (Benjamin 1996, pp. 110-113, 122-123, 130). En ese sentido es un viaje plenamente moderno, muy cercano a la experiencia de la ciudad industrializada que el propio pensador describirá reiteradamente. En lo personal, la aparente torpeza y lentitud del narrador, la frecuencia con que olvida objetos o se pierde, el hecho de que casi siempre se quede más atrás que el resto del grupo y tengan que esperarlo -o él buscarlos desesperadamente más tarde- encaja muy bien con la imagen que el propio Benjamin transmite de sí, especialmente en sus relatos fragmentados que rememoran su niñez en Infancia en Berlín hacia 1900. En Una tarde de viaje, un corto relato aparentemente escrito en Ibiza y conectado con la experiencia de esa isla, nuestro viajero explica cómo un forastero, abrumado por la cortesía y la hospitalidad de los nativos, acaba llegando tarde a la salida del barco, además de olvidar su cartera, probablemente una reminiscencia o proyección distorsionada de experiencias de ese tipo protagonizadas por el mismo Benjamin, incluso en la propia Eivissa (Benjamin

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1996, pp. 103, 175-176; Benjamin 1997, pp. 50-55; Benjamin 2008, p. 68, Carta a Scholem del 26 de julio de 1932). Pero las expectativas, el ritmo, el tipo de viaje y estancia del berlinés en Ibiza fueron, tanto en 1932 como en 1933, muy diferentes a las de su temprano viaje itali ano.

Ibiza, 1932- 1933

Dos décadas después de su viaje de juventud italiano, Benjamin emprende lo que sí puede considerarse una aventura, por lo relativamente desconocido, imprevisto e improvisado. También por lo exótico y remoto del destino: Ibiza/Eivissa. En esa época, y pese a algunos precedentes en la creación de la marca (Rusiñol y su Illa Blanca) y en la promoción turística, especialmente en la época de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, la isla no era estrictamente todavía un destino turístico, aunque sí contaba ya con una presencia relativamente importante de un grupo diverso y peculiar de forasteros, especialmente alemanes y, en menor medida, franceses, amén de algún británico. Sin embargo, Benjamin va a intuir ese desarrollo turístico, que algunos locales procuraban promover con entusiasmo, en un futuro inmediato, pronóstico que se cumpliría con décadas de atraso, y que produciría lo que él habría podido calificar como destrucción del paraíso.

Sin expectativas

Estoy seguro de que este sobre causará tu sorpresa, sobre todo cuando logres descifrar el matasellos. En el preciso momento en que tú te diriges a las metrópolis europeas, yo me retiro a su rincón más alejado; una situación que surgió por sorpresa como -por seguir un viejo y certero dictamen tuyo- la mayoría de las cosas que me suceden; un hecho que tiene que ver básicamente con el resultado de mi situación económica, tan marcada significativamente bien por ingresos inesperados, bien por largos periodos de sequía. Carta a Gerhard Scholem, 22 de abril de 1932 (Benjamin 2008, p. 35)

Si la guía Baedeker (Benjamin 1996, pp. 123, 126-7, solo para algunos ejemplos venecianos ) había sido útil y hasta una compañera fiel del viaje italiano del joven Benjamin, parece que su equivalente para la Península Ibérica apenas tenía información acerca de Eivissa, más allá de la presencia de una catedral y un castillo antiguo en la capital o de un punto topográfico destacable como es el pico de la Atalaya (Baedeker 1899, p. 273; 1913, pp. 271, 278, esta segunda versión, añade algún detalle adicional sobre arqueología y establecimientos para alojarse o tomar un café, aunque poca cosa más). Tanto este, como otros textos que pretendían servir a turistas y viajeros más bien tendían a desalentar las visitas a la isla, presentada como atrasada, con hospedajes precarios y prácticamente carente de atractivos turísticos, incluso en comparación con las otras islas y sobre todo con Mallorca. En ese sentido, resulta significativo que el único texto al que se refiere Benjamin en sus notas autobiográficas dedicadas a su primer viaje (Benjamin 1996, p. 178) sea el escrito por el archiduque Luis Salvador (Ludwig Salvator). Casualidad o no, la publicación del archiduque Die Balearen in Wort und Bild (edición de 1897) es recomendada precisamente como el mejor texto disponible sobre el archipiélago en la versión alemana de la guía de Baedeker publicada en 1899 (Baedeker 1899, p. 273) y aparece también mencionado en una versión en lengua inglesa posterior (Baedeker 1913, p. 272), que añade

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otros textos más recientes, también en lengua inglesa, además del pintoresco y en francés Les iles oubliées, de Vouiller (1893). En todo caso, tanto los biógrafos del pensador alemán, como el trabajo más concienzudo de Vicente Valero expresan que Benjamin no sabía a qué atenerse, que desconocía qué iba a hallar en la isla, de la misma manera como otros visitantes extranjeros de aquel tiempo. Era entonces claramente un destino “exótico” y sorprendente, como se desprende además de su correspondencia de esa época. La falta de expectativas claras, cuando la previsión -como la decepción- son parte de la lógica del turista, y del modelo de negocio (De Viry 2010, pp. 27-34), sugiere que, si en Italia pareciera que a veces se contó entre los turistas, en Ibiza la situación era diferente.

Barcos mercantes, lentitud, narración

Si en Italia Benjamin utilizó una red importante y desarrollada de transporte colectivo de pasajeros (trenes, vapores, autobuses, tranvías), no solo junto a sus compañeros de viaje sino acompañado de otros turistas de varios países, su viaje entre Alemania e Ibiza lo llevó a cabo por mar con escala en Barcelona, y en un barco mercante. Si hemos de creer lo que sugieren sus relatos y anotaciones personales, eso parece haberle permitido entrar en contacto, incluso establecer cierta amistad con algunos tripulantes del barco, de nombre Catania, con el que había navegado previamente en un viaje que lo llevó, también desde Hamburgo, a Andalucía en 1925 (Passagierliste 1925; Brodersen 1996, pp. 158, 194-195; Eiland-Jennings 2014, 240-242, 369 - 370). Con la gente abordo interactuó hasta aburrirse y perder el tiempo junto a ellos, con un resultado evidente y positivo: la aparición del casi desaparecido contador de historias. En efecto, la velocidad y la experiencia del viaje tuvieron que ser por tanto muy diferentes a las de su juvenil visita italiana. Además, el viaje ibicenco sería “épico”, al proveerle material para su recolección de historias: “(…) esta vez quería fijar toda mi intención en lo épico, reunir todos los hechos, todas las historias que pudiese encontrar, y consiguientemente probar cómo transcurre un viaje limpio de toda vaga impresión (Benjamin 1996, p. 180) .

Por supuesto, la llegada a Ibiza, en concreto a la capital homónima, la realizó Benjamin en un barco de pasajeros, en el transporte regular que unía periódicamente Barcelona y la capital de la isla. En concreto, el viajero menciona -y halaga- el Ciudad de Valencia, cuyo trayecto y horario es, por supuesto, previsible (Benjamin 1996, p. 180), además de mencionado en las guías de viaje. Ya en la isla, los baños de mar, la lectura bajo los árboles y el arduo trabajo de escritura no eran lo único que ocupaba al pensador. Además de las conversaciones o las visitas a los escasos bares y cafeterías del lugar, son muy importantes los ratos de “perder el tiempo” con paseos en barca, caminatas, a veces prolongadas y nocturnas, a menudo en compañía de otros forasteros o de la amada. En suma, no hay demasiado rastro de la sensación de llegar siempre tarde, de los horarios previsibles y de las prisas para no perder el medio de transporte: una temporalidad muy diferente de la que trascienden sus notas de su viaje italiano. No en vano se trataba de escuchar y experimentar historias, de poder recopilar narraciones y anécdotas de otros, como ya empezó a hacer durante el viaje en barco que lo transportó desde Alemania a Barcelona (y en su viaje anterior, en 1925, Eiland-Jennings 2014, pp. 240-241), cuando en los ratos muertos pudo recoger lo que contaban los marineros durante los momentos de inactividad y aburrimiento (Benjamin 1996, p. 180-187 ).

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La amenaza turística y la destrucción del paraíso

“¿Cuánto tiempo perdurará este atraso? (…) Pero ya hay en Ibiza y en San Antonio edificios de hoteles sin terminar en los que se ofrece a los extranjeros agua corriente. El tiempo que falta hasta que estén acabados se ha hecho muy valioso” (Benjamin 1996, p. 173) .

Los próceres e iluminados de la elite ibicenca, entre otros la figura que está detrás del Don Rossiglio que aparece en los textos de Benjamin, llevaban tiempo intentando convertir su isla en un destino turístico. Una primera guía turística fue impresa en Barcelona por iniciativa de un grupo de tales notables, que aprovecharon la Exposición Internacional de 1929 para publicar el texto, promocionar la isla internacionalmente y atraer visitantes españoles y extranjeros (Enseñat-De Rosselló-Llobet y Ferrer 1929). En 1932 ya los turistas y residentes foráneos eran un fenómeno relativamente frecuente en Mallorca -y hasta se podía exagerar o parodiar su presencia, como lo hizo cierta prensa catalana (Sentís 1933)-, pero eran todavía raros en Ibiza, donde se estaban construyendo los primeros hoteles en la ciudad capital homónima y en Sant Antoni.

El paraíso ibicenco, los paisajes vírgenes y las formas de vida primitivas parecían un tesoro a preservar, un espacio en el que era posible pasear, un paisaje con encanto y misterio, que incluso consideraba superior a otras “islas olvidadas”, como la próxima Mallorca. Parte del problema, sin embargo, radicaba no solo en los cambios que se intuían, sino en qué tipo de relación, de proximidad o distancia, se tenía con lo local, con los habitantes, y una cuestión que, como explicaba el propio Benjamin, era propia de los viajeros y, por tanto, de los relatos de viajes y su pretensión de “satisfacción de los deseos”, así como de mantener “la bruma de la lejanía” (Benjamin 1996, pp. 177-178). La pesadilla anunciada, con sus problemas comunes de especulación, encarecimiento y otros fenómenos que hoy definiríamos como turistificación o gentrificación, Benjamin la percibió cuando, a su regreso en 1933, se encontró con el ambiente “colonial” de Sant Antoni e hizo todo lo posible por huir de ese lugar, hasta ese momento una pequeña comunidad costera, para establecerse en la ciudad de Ibiza (Brodersen 1996, p. 204; Valero 2017, pp. 112-117, 123-126, 152- 154).

Problemas de categorización (y percepción): residente, viajero y turista

(…) Inhabitants’ most intimate sense of home in a town (indeed maybe also in the memory of the traveler who stays there a while) is connected with the sound and intermittence that the beat of its town clocks marks out. What lends an incomparable tone to the very first view of a village or a town in the landscape is the fact that in one’s image of it distance resonates just as importantly as nearness. This latter still has not yet gained preponderance through the constant exploration that has become habit. Once we begin to find our way around the place, that earliest picture can never be restored. Layouts of Perception (Ms 797) (Benjamin 2007, p. 207)

Benjamin es recordado sobre todo por sus reflexiones acerca de la ciudad, de cómo perderse como modo de conocerla, del flaneur, incluso afirmó que solo conoce de verdad una ciudad quien vive en la calle, aquel que ve la salida y la puesta del sol todos los días, y por tanto, ni

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siquiera él conocería su Berlín natal (Benjamin 1996, p. 212). En la cita expresa diferentes maneras de vivir o experimentar los lugares, dependiendo de la capacidad de hacerlo propio o conocer el territorio, sobre todo la ciudad -la posibilidad de orientarse o, por el contrario, perderse- y de acostumbrarse o sincronizarse a elementos que tienen que ver con lo cotidiano, como el ritmo y los sonidos del lugar: el repicar de las campanas del campanario. Para el escritor berlinés, la distinción entre el visitante o turista y el residente se puede expresar precisamente en esos términos: el turista o visitante se pierde, y es su manera de empezar a conocer el lugar; el residente, o el que ya ha vivido suficiente tiempo en el lugar y se ha abierto a su cotidianidad, es capaz de moverse con más comodidad, no apreciar los sonidos ni el ritmo que sugieren y que se impregna en su propia vida, pero los echa en falta cuando se desplaza a otro lugar. Se trata también de una cuestión de inmersión o exterioridad y de perspectiva, así como del juego dialéctico entre proximidad y distancia o, dicho de otro modo, la diferencia entre vivir (en) el lugar o mirarlo desde fuera, como un paisaje o una imagen de postal (también, por ejemplo, en Benjamin 2016, pp. 32-33, 123- 125).

Proximidad y distancia (o, lo que es lo mismo en los relatos de viaje, exotismo), en ese juego interminable, son parte de la lógica del viajero y el turista, de la expectativa y el reconocimiento (Benjamin 1996, pp. 177-178). Se trata de la dinámica que ha analizado también De Viry para tratar de entender qué busca el viajero y qué ofrece el turismo, aunque en Benjamin las categorías son más diversas y aparece otra cuestión importante: los nombres. Así, como explica en su ibicenco Al Sol (Benjamin 2013, pp. 129-134), los habitantes conocen los nombres de los lugares, de las cosas y hasta las variedades de plantas y animales que los forasteros no pueden distinguir, pero no pueden hablar del lugar que les es propio, mientras que con el extranjero sucede todo lo contrario: no conoce los nombres, pero puede hablar del lugar.

De aquí y de allí: veraneantes, expatriados, exiliados y espías

La correspondencia de Walter Benjamin indica claramente que algo había cambiado entre su partida en 1932 y su regreso en 1933 en Sant Antoni, la localidad en que residió la mayor parte del tiempo. Los efectos nocivos del turismo le parecieron evidentes, una especie de confirmación de lo que había vislumbrado ya un año antes, pero probablemente existían otros elementos y circunstancias diferentes que no acaba de explicar. Sí es evidente que el ambiente de bañistas extranjeros, y de expatriados o ya exiliados, no le era para nada atractivo y es a parece ser una de las razones -las otras eran los costos cada vez más elevados del alojamiento y las desavenencias con su amigo y anfitrión Noeggerath- por las que proyectó mudarse a la ciudad de Ibiza. Otras circunstancias de otro tipo (notablemente amorosas y de salud) y algunas figuras que conoció a las que se refirió en sus cuentos y que resultan altamente problemáticas (por ejemplo, el Jokisch/O’Brien de sus anotaciones y relatos), pudieron contribuir a su decepción y al deseo de regresar a su exilio francés. Sin embargo, esos y otros detalles los conocemos o intuimos mejor gracias a la reconstrucción de la estancia de Benjamin y d el ambiente de forasteros en Ibiza que propone Vicente Valero, sin olvidar los recuerdos de su amigo y colaborador Jean Selz (juntos tradujeron en la isla algunos pasajes de Infancia en Berlín al francés). Gracias a ellos sabemos que entre los alemanes presentes no faltaban los simpatizantes del nazismo, y, más sorprendente todavía, que tanto el peculiar Jokisch como el

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secretario personal que trabajó para Benjamin en Eivissa eran simpatizantes nazis y probablemente espías del Tercer Reich (Valero 2017, 95-100, 171- 175).

Contraste entre 1932 y 1933, pero también entre 1912 y 1932, aunque quizás no es solo que cambia el lugar y el tipo de turismo, sino el viajero y su actitud (Brodersen 1996, pp. 34- 35, 204-205): el joven turista de 1912 había desaparecido para convertirse en el viajero y residente temporal de una “isla olvidada” y, finalmente, entre 1932 y 1933, en apátrida y definitivamente exiliado. Benjamin encontró en Ibiza/Eivissa a otros que corrían una suerte similar a la suya, que conviven, sin embargo, con el precedente remoto de los futuros hippies, con artistas excéntricos y vanguardistas, con nazis y espías, así como con los antecedentes lejanos de un futuro turismo masivo que ya parecía rechazar y profetizar desde antes de los comienzos de su verdadero y definitivo desarrollo.


Figura 2. Placa conmemorativa a Walter Benjamin en Portbou. Fuente: Wilma Guzmán Flores

La noción de vagabundo de Bauman es atractiva, pero el carácter del vagabundeo precario a menudo conduce a un destino fatal. En el caso concreto de Benjamin, el turista italiano se convirtió en viajero o algo que él consideraba similar cuando precisamente la necesidad económica y la situación política lo empujaban fuera de Alemania. Sin embargo, la imprecisa frontera entre migrante, exiliado y refugiado saltó por los aires al final de su vida, convirtiendo esos años en un compendio de las situaciones más penosas del vagabundeo forzado y precario: retiro de la ciudadanía alemana, prisión en un campo de internamiento francés, peticiones de ayuda a organizaciones de auxilio a los refugiados, huida del avance alemán, gestiones para ser acogido en Estados Unidos, cruce “ilegal” de la frontera franco-española, finalmente amenaza

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de expulsión y muerte en circunstancias no del todo claras en Portbou (Mauas 2007). La muerte de Benjamin, en el exilio y en búsqueda de refugio, lo unió a la suerte de los derrotados y los sin nombre de la Historia que él estudiaba. Precisamente a ellos y a la barbarie se refieren los escritos conmemorativos presentes en ese lugar. Su cuerpo desapareció, su nombre de algún modo también (convertido en “Benjamin Walter” para los registros oficiales): ahora se visitan en Portbou placas y monumentos, no tumbas, pese a que estén en un cementerio (Ferrer- García 2016; Leslie 2019) .

Conclusiones

El análisis contextualizado de los textos de Walter Benjamin permite contrastar sus experiencias en Italia e Ibiza. Estas se pueden considerar, de algún modo, como dos momentos y fases diferentes en la historia y la crítica del turismo. En 1912, Italia ya dispone de un desarrollo turístico importante, con medios de transporte colectivos regulares y guías turísticas . Paradójicamente, resta cierta presencia todavía de los ecos del Gran Tour aristocrático del siglo XIX y de la lógica de los viajes de formación. En varios sentidos, incluyendo el hecho de que se cree conocer de antemano los lugares que se van a visitar, la prisa por ver todo lo que se espera que se visite (y que aparece en las indispensables guías turísticas, como la Baedeker) y cierta decepción (por la inevitable diferencia entre las expectativas y las realidades), el viaje a Italia de 1912 está muy próximo a la experiencia del turismo masivo, tal y como se difundirá globalmente más tarde y aparecerá descrita por autores como Enzensberger, Bauman y De Viry. La ausencia de expectativas y de instalaciones turísticas en Ibiza parece situar a Benjamin en otro tipo de experiencia, pre o prototurística, aproximándolo al “auténtico viajero” y su experiencia única y personal. Lo mismo parecen indicar los aparentes lamentos que expresa por lo que considera una pronta desaparición de ese paraíso a manos del turismo, que pudieran ser interpretados como una crítica radical de la práctica turística y una anticipación de los cuestionamientos del fenómeno de la turistificación a finales del siglo XX e inicios del XXI.

La imagen del dios bifronte Jano, que en este caso miraría hacia el pasado y hacia el futuro, puede servir de símil a lo que se ha apuntado. Así, en Italia, el viajero tiene unas expectativas y una imagen preconcebida del lugar, se desplaza con relativa comodidad y previsibilidad, además de disponer de ciertos horarios preestablecidos, guías turísticas útiles y las cartas postales. Todas estas características, así como la presencia de una cantidad importante de turistas, muchos de ellos viajando en grupos, corresponde al estadio más desarrollado del turismo en esa época, así como a gran parte de las prácticas posteriores, hasta la aparición del actual “turista atómico” de De Viry (2010). Entre otros elementos que ya están presentes en la época de Benjamin, destaca la figura del turista decepcionado, es decir, del aparente contraste entre las expectativas previas y la experiencia del lugar visitado, en una dinámica de deseo insatisfecho y de “experiencias inauténticas” que se puede considerar precisamente uno de los motores del turismo masivo moderno, junto a la competencia y la búsqueda de distinción. No obstante, Benjamin y otros viajeros con los que coincide, ven y experimentan ese viaje en una especie de continuidad o como un eco lejano de las prácticas románticas, de la concepción del viaje como experiencia profunda y proceso formativo de una elite cultural y social.

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En Ibiza, Benjamin contempla y deja testimonio de algunos de los elementos típicos del turismo de la época que ya existen o están a punto de aparecer: cartas postales, instalaciones hoteleras modernas, hasta cierto punto una comunicación marítima establecida y previsible -no menciona las primeras guías-, que ya existen. Aquí, donde se nos da a entender que no existen prisas ni previsión de qué se va a encontrar, la impronta de aires románticos del viajero descubridor es más clara y explícita, además de explicar el lamento ante la desaparición de un “paraíso”, de una virginidad, que se ve amenazada y pronta a la desaparición. Y será precisamente en un San Antonio (Sant Antoni de Portmany) descrito en 1933 como poblado por extranjeros y dominado por especuladores inmobiliarios, donde el pensador pareciera intuir más claramente lo que solo ocurrirá realmente varias décadas después: la irrupción de un turismo masivo y destructor de las peculiaridades y de las formas de vida locales. A pesar de su lucidez y de sus experiencias con las drogas, es improbable que Benjamin hubiera podido siquiera concebir la “industrialización del placer” que describe Yves Michaud (2012), pero de algún modo si intuyó los primeros pasos hacia la turistificación de finales del siglo XX, y precisamente en un lugar específico de la isla de Ibiza en la que ha alcanzado una intensidad sorprendente.

En efecto, pese a las inevitables diferencias con el turismo posterior y el actual, tanto cuantitativas como cualitativas, el análisis de la evidencia textual ligada a Benjamin permite iluminar no solo la situación de la época y su propia experiencia turística, sino también anticipar parcialmente la evolución posterior y el fenómeno del turismo masivo del siglo XXI. Sin embargo, como ya había apuntado en los años cincuenta el muy benjaminiano y preclaro Enzensberger -y reiteran más tarde Bruce o De Viry-, el turismo siempre ha sido, desde su primera formulación en plena época del Romanticismo, un fenómeno ligado a la distinción social y a la supuesta exploración de nuevos lugares. Por tanto, el lamento benjaminiano y la percepción de que en Ibiza no fue un turista en realidad se pueden entender paradójicamente desde las categorías propias del turismo: desde la lógica del turista que ha descubierto un lugar y una experiencia que cree únicos, que lo convierten a él en excepcional, pero que lamenta que está a punto de ser popularizado y, por tanto, de perder su autenticidad y encanto, y la distinción que le confiere como visitante o auténtico viajero, pues ahora se convertirá solo en uno más entre los muchos turistas. O quizás no, quizás realmente Benjamin fue más allá de su faceta de visitante o turista y vivió en Ibiza como residente, se sincronizó al ritmo de vida local y después añoró la isla como lo hacen los locales o los que hacen suyo un lugar.

En todo caso, si las categorías viajero y turista se analizan no desde la dicotomía y la exclusión, sino desde las lógicas de la complementariedad y de las estrategias de distinción, de estatus, es incuestionable que uno no puede existir sin el otro. En efecto, ambos tipos de “vagabundos” se definen mutuamente, dialécticamente, precisamente por la supuesta diferenciación ante el temor de confundirse o “degradarse” hasta convertirse uno en el otro, como nota Bauman. Por eso mismo se puede afirmar que Benjamin fue turista, viajero, refugiado, y que fue también - o quizás hasta más- turista cuando más pretendía no serlo, como en Ibiza (Michaud 2012, pp.238 - 243, 265-266, 268-269, 310-311). El “vagabundeo” o el carácter inevitablemente “beduino” de Benjamin le hizo sufrir, sin embargo, un triste destino: exilio, campo de internamiento en Francia, muerte en Portbou, donde algunos turistas visitamos hoy los monumentos y placas conmemorativas.

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